Diario: ¿Por qué dejé los métodos anticonceptivos hormonales?
Primero, ¿por qué empecé con métodos anticonceptivos hormonales?
Fiuf… ¡qué loco como seguro todxs vamos a escuchar alguna vez una historia como esta!
Tenía 16 años y acné (¿podría considerarse una redundancia?) así que mi papá me llevó a donde un dermatólogo amigo suyo. Todo esto me hizo sentir en tranquilidad y confianza, como que iba a tomar cualquiera que fuera su recomendación con los ojos cerrados. Y así fue.
Salí de ese consultorio con mi primera caja de pastillas anticonceptivas sin ninguna recomendación más que “tomalas hasta que querás ser mamá”.
Hablarle de bebés a otra bebé posiblemente no es algo que vaya a resonarle… pero prometerle que le va a quitar las espinillas, ¡ahí estaban hablándome al corazón! Por eso me apegué a mi prescripción con gusto y wow… ¡hasta con cariño!
Ahora, ¿Por qué me quedé?
El hábito estaba establecido. Había puesto una alarma para tomármela todos los días a la misma hora y ya era tan parte de mi vida como lavarme los dientes o amarrarme los cordones de los zapatos.
Y era bonito… verme al espejo y tener una piel limpia. No sentir la necesidad de esconder nada con maquillaje. Lavarme el pelo una vez a la semana. No haber tenido un cambio de peso estrepitoso.
Luego vino la validación de mi otro doctor, el que empecé a visitar anualmente una vez inició mi vida sexual (digo, a relacionarme con muchachos… mi vida sexual ya había iniciado, pero culturalmente nos enseñan que nuestra sexualidad no se inaugura hasta que hay penetración).
"Seguilas tomando hasta que decidás... en un futuro lejano... que querés ser mamá" - Mi doctor todos los años, por 16 años.
Ya estaba en la U y la idea de cambiar pañales no solamente no estaba en mis metas a corto plazo, sino que también, en mis círculos, estaba encerrada en una atmósfera muy negativa.
Un embarazo no planeado era fácil la peor noticia que le podía llevar a mi familia. Es una afirmación fuerte, pero contaba con manifestaciones directas de esto en mis entornos: mis amigxs chismeaban con placer sobre la nueva pareja que “pegó panza” o se “jaló una torta”; mis papás y mi familia, me insistían mucho sobre cómo mi prioridad no podía ser otra que estudiar y hacer carrera. La idea de que un bebé me iba a “arruinar la vida” era incesante en todos los discursos a mi alrededor.
Sin ánimos de estigmatizar o estereotipar el contexto en en el que crecí, pero sí de contar mi experiencia, desarrollé ideas muy confusas respecto al embarazo. Por un lado, era una humillación gigante que me pasara, pero por el otro, lo único peor que eso era, que me iba a hacer meritoria de peor reputación, era interrumpirlo.
Con mis ojos vi múltiples casos de muchachas a las que les tocó “salir solas”, sin el acompañamiento de sus parejas. Abandonar un embarazo (o un hijo) era comprensible en el caso de un hombre: “Es mejor que trabaje y salga adelante”. Una mujer no tenía esa opción. La idea de embarazarme en aquel momento de mi vida era francamente desalentador desde todas las aristas.
No quiero dedicar muchas líneas a este otro hecho, pero también yo fui a un colegio católico y mi familia me crió bajo este paradigma. La sexualidad antes del matrimonio era una semilla que se plantaba como negativa y vergonzosa muy temprano en la vida. Un embarazo extra marital era la evidencia máxima de que una había desobedecido ese mandato.
¿Me voy explicando por qué cuando mi doc me dijo que me apegara con ahínco a mis pastillas si no quería embarazarme “antes de tiempo”, yo fui religiosa y dócil ante sus instrucciones?
Tras bambalinas
Ante las apariencias, hice muy bien mi trabajo de mujer joven al sacar mis títulos universitarios y al llevar con completo disimulo una vida sexual activa durante todos esos años.
Con mis parejas: un 10.
Estuve sexualmente disponible todos los días por 16 años sin los “peligros” de un embarazo.
Íbamos juntos a la farmacia, dividíamos la cuenta por la mitad y luego, era yo quien recibía el impacto de las hormonas en mi cuerpo.
Ellos nunca experimentaron cambios en su físico ni en su salud emocional.
Había cosas que yo no sabía cómo explicar. No entendía por qué nunca tenía deseo sexual, si estaba enamorada, si mantenía lazos afectivos saludables, si me creía de mente abierta y deseosa por explorar nuevas alternativas. Las empecé a tomar tan joven, que para ser honesta, tampoco estaba muy segura de cómo se sentía tener ganas.
Las venitas moradas que empezaron a aparecerme en los muslos primero, y que luego se propagaron por el resto de mis piernas, me las explicaba el doctor como consecuencia de mi estilo de vida sedentario.
Con los años se fueron sumando nuevas manifestaciones, como mis deseos incontrolables de llorar todo el tiempo y sin razones aparentes. Y claro, esto desde el consultorio se resolvía con un “son tus hormonas, así es ser mujer”.
Después vinieron la agorafobia y los ataques de ansiedad en lugares públicos. Ahora los reconozco así, pero en aquel momento, como nunca los había experimentado, los definí como “mates míos de loca”.
Sé que están esperando leer cuándo fue que empecé a asociar que todo esto encontraba sus orígenes en mi amiga de todos los días, la que me había acompañado por años, la que me habían dado mi papá y su amigo en un ambiente de completa confianza y comodidad.
Empezó como una comezón en mis calzones un mes sí y un mes no.
Mi doc: “Tenés que usar ropa interior 100% algodón”.
Luego, empecé a ver un líquido blanco inusual. Espeso como el queso cottage. Un olor fuerte que traspasaba mi ropa y me causaba mucha congoja… estaba segura de otras personas también podían percibirlo.
Mi doc: “Es que vos nadás, ¿verdad? Mucho cuidado con dejarte el vestido de baño puesto”.
Rápidamente esto mutó en un salpullido que me dejaba los labios menores y mayores expuestos en carne viva. El simple roce de mis calzones 0% tejido artificial era una tortura.
Mi doc: “Ponete estos óvulos durante 3 días y dale estas pastillas a tu pareja”.
Soy millennial, durante todo este tiempo Google estuvo conmigo. “Pastillas Anticonceptivas” seguían saliendo y saliendo en las listas de posibles causas de una candidiasis severa, pero no… no podían ser. Y no, no las podía dejar: 1. era contraindicación de mi doctor 2. ¿¿entonces mi otra opción era quedar embarazada?? 3. ¿¿¿Eso significaba que mis espinillas iban a volver???
Sí, claro… por supuesto que exploré otras alternativas con mi doc. Y él muy amablemente me explicó uno a uno los otros métodos: la inyección, el anillo, el parche, los DIUs, el implante…¡eran miles! Pero sí… todos hormonales. Después de tantos y tantos años de usarlos, sentía que mi cuerpo me pedía desintoxicación y yo de verdad estaba muy decidida a no tener que vivir crónicamente con efectos secundarios.
“Lo único que te quedaría sería hacer como las abuelas y practicar el ritmo, pero eso no te va ayudar con tu problema de acné y bueno… te veo aquí en un par de meses para tu primera cita de control de embarazo”.
“Tiene que haber algo más” era la idea necia que me seguía a todas partes los últimos 3 años que tomé comprimidos combinados.
Hacía un tiempo, una de mis amigas cercanas había pasado por una catástrofe de coágulos de sangre patrocinados por su amiguita fiel la pastilla y solo entonces su doctor se las contraindicó para siempre. Me acerqué a ella y le pregunté qué había solucionado para su anticoncepción y me habló de un monitor de fertilidad.
Puse el nombre en amazon y ahí apareció… pero lo que me llamó la atención fue el libro con el que sugerían su compra. Ya yo les he contado de ese libro y no me canso de hacerlo porque me cambió la vida: Taking Charge of your Fertility de Toni Weschler (en español el título sería algo como: Cómo hacerte cargo de tu fertilidad).
Solo el título ya retumbó en mis oídos, ¡esto era! ¡esto era lo que yo quería leer y entender! Fue una compra inmediata y tan pronto llegó, mi novio y yo dedicamos nuestras noches siguientes a leerlo entre completo asombro y explosiones de mente.
“Pero si fuimos a la universidad, al colegio, a la escuela… fuimos rigurosamente a todas las citas médicas… ¿Por qué no sabíamos nada de esto? ¿Por qué nadie nos lo explicó si suena como la educación más básica que debimos tener?”
Leyendo testimonios de otras mujeres (y personas menstruantes que no se identifican a sí mismxs como mujeres), ellxs también han compartido esta reacción conmigo. El proceso suele ser más o menos este: primero sorpresa, luego enojo y sentimiento de que fuimos víctimas de un encubrimiento sistemático de información y, por último y más optimista, una necesidad muy grande de compartir esto con todxs los demás.
Ya pasé por las primeras dos etapas y ustedes están actualmente leyendo el espacio que es resultado de la tercera.
Mi descubrimiento del Fertility Awareness Method o Método de Observación/Consciencia de la Fertilidad, marcó un punto de cambio en mi vida para siempre y como sé que no soy la única que ha pasado por aquí, decidí utilizar mi experiencia como comunicadora para aportar a lo que siento que a este método le falta: un buen marketing jaja.
FAM no es el método del ritmo. Es todo un sistema científico de recolección y análisis de datos que le permite a unx, como dueñx de útero, a auto gestionar su salud general y de paso, su fertilidad.
¿Ya ven por qué no me puedo quedar callada? Esto es enorme. Sí, estoy consciente de que puede parecer complejo al inicio. Sé que requiere de educación y recursos que no todxs tenemos al alcance, que yo fui afortunada de llegar aquí, pero ¿saben? pienso que no es coincidencia que ustedes estén aquí también… leyéndome… interesándose… queriendo saber más.
Soy privilegiada, pero también reconozco en mí un llamado muy grande de poner mis humildes conocimientos al servicio de lxs demás. Esto es Nación Ovulación, el espacio que utilizaré para poner a su disposición datos que, con mucha frecuencia, solo encontramos en inglés y a un costo.
Creo con firmeza que cada mujer, persona con útero y sus parejas son libres de elegir una opción que se apegue a su estilo de vida, a sus creencias y a lo que desde su propia realidad consideran lo mejor para ellxs. Yo estoy aquí para que esa decisión se tome conociendo TODAS las alternativas… no únicamente las que se venden en la farmacia.
También estoy para que cuando alguna persona de habla hispana busque en Google “métodos anticonceptivos sin efectos secundarios” sepa que existen caminos. Que la fertilidad no es una enfermedad y por lo tanto no es necesario tratarla con medicamentos.
Sueño mucho con cambiar el cassette obsoleto de que el ciclo menstrual es un accesorio que se vende por separado y que se puede encender y apagar sin consecuencias, que es solo para tener bebés y que no es importante para la salud general de una persona que nació con ovarios.
Quiero que mi generación sea la última que creció pensando que el ciclo menstrual, el embarazo y el control de la fertilidad son “cosas de mujeres”. Quiero que todxs entendamos y reconozcamos a la Ovulación como un proceso biológico que nos concierne, así suceda en nuestro cuerpo o no.
¿Estoy siendo ambiciosa? Puede que sí, pero prometo hacer mi parte y estando aquí, llegando hasta este renglón, ustedes también están haciendo la suya. Gracias por eso.
Nos leemos,
Ale.